miércoles, 16 de mayo de 2012

AMAR LA VIDA III (WIT)


REFLEXIONES BIOÉTICAS II


Es una película clara, en parte sobrecogedora y atrevida que realiza una crítica explícita de la visión utilitarista y cientifista de la medicina en tantos lugares de Occidente.
 Sorprende que la satisfacción de los médicos es consecuencia de los resultados positivos obtenidos en su investigación, al margen del estado de la paciente. El trato no es humanitario ni asistencial. El consentimiento informado aparece como requisito establecido y rutinario. No hay respeto a la integridad física y psicológica de la paciente, ni mucho menos se protege su intimidad y su sensibilidad en el tratamiento clínico.
 

La película es un largo y magistral monólogo de una enferma moribunda, solitaria, en la habitación de la clínica, en donde hasta la televisión siempre aparece apagada. Vivian es una mujer externamente valiente, que parece inmutable, y que para superar anímicamente su situación, utiliza sus recursos, la cultura y la ironía, muchas veces, a modo de sentencias: “Es halagadora la atención que recibo... durante los primeros cinco minutos”. “Me leen como un libro. Antes enseñaba yo; ahora me enseñan a mí”. “Me siento aislada, no por el cáncer, sino por el tratamiento del cáncer”. “El dolor es lo que hace que aún me sienta con vida”. También se hace y hace preguntas que deja sin contestación, como cuando le insinúa a su alumno, que ahora es su joven y pretencioso médico investigador: “Sentirá pena cuando...?” 

La revisión médica hacia ella, por parte del equipo médico, se realiza de modo inesperado, sin preparación, utilizando el más genuino argot profesional, totalmente ajeno a una persona muy enferma y sufriente. Sólo destaca una enfermera que es a la que la profesora comunicará su voluntad de no ser reanimada en caso de un paro cardíaco. Conforme va sintiendo que ella es tratada y observada como un objeto de investigación y no como una persona va sintiéndose insegura. Cuando ya la enfermedad está avanzada dirá en su constante y estremecedor monólogo “¿Qué me queda por vomitar?” (...) Mi vocabulario es cada vez menos poético (...) Si vomitara mi cerebro...; mis colegas se pelearían por mi puesto de trabajo”. “Siempre me preguntan mi nombre..., llevo ocho meses ingresada”. Su ironía es su coraza, sobre todo al ver que viene a ser “un animalillo de laboratorio”. Llega a decir “Soy un papel en blanco con muchas manchas negras” o “Pensaba que en esta vida con ser inteligente, todo estaba hecho y me he dado cuenta de que no ha servido para nada”. 


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